de culto y grave bibliófilo
A Pío Baroja, narrador de cabecera de alguna amiga, le conocía la querencia por la Cuesta de Moyano; pero, a lo que parece, fue más cosmopolita de lo que suele pensarse. Valga este botón, con el que me topado en El rincón de Nora.
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BOUQUINISTE
Del puente de Solferino
hasta el quai de la Tournelle,
¡cuantas veces he pasado
en busca de algo que leer!
He recorrido los puestos
con una constancia fiel
de culto y grave bibliófilo,
aunque no lo llegue a ser.
Hace algo más de ocho lustros
que esa busca comencé;
puede que ya la abandone
por pereza o por vejez.
Conozco caja por caja
el muelle de Saint–Michel.
el de Conty y Montebello,
el de Orsay y el de Voltaire.
Estas orillas del Sena
son un inmenso almacén
de cuadros, libros y estampas
de viejo y nuevo a la vez.
Cuando voy en mi paseo
desde la estación de Orsay,
a la izquierda, sobre el río,
esto es lo que suelo ver:
el Louvre y las Tullerías,
la fuente del Chatelet,
el espolón de la isla
antigua de la Cité,
que tiene aspecto de barco,
con su proa y su bauprés,
y luego, como las velas,
de la nave parisién
en cielo claro o brumoso
con sol al atardecer,
las torres de Nôtre–Dame
es un cielo de satén.
Parece una tela suave
de Monet o de Sisley,
con tonos de rosa pálido
y colores de Vermeer.
A veces, entre las cajas
de libros, se empieza a ver
el cauce del Sena oscuro
como un canal holandés,
y al buen pescador de caña
con su anzuelo y su cordel,
que espera con optimismo
que en el agua pique un pez.
Yo tomo el Metro en la plaza
próxima de Saint–Michel,
y voy, cambiando estaciones,
a la calle de Marboeuf.
Allí me meto en mi cuarto
y me dedico a leer
lo que he comprado en un puesto
del muelle de Malaquais.
Pío Baroja
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