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La novela de un exlibris (y VI)

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Caso, como puede verse, interesante entre todos, sobre todo por el carácter verdaderamente extraño y singular del protagonista, que podría ser excelente tema de estudio para el Doctor Lombroso; caso tan curioso que hay lugar a preguntarse si realmente el bibliotecario bibliómano y ladrón fue impelido a robar por algún otro motivo. Pero no, no hay lugar a duda. Después del robo, Roberto, metódico y meticuloso como siempre, había anotado en su carnet una especie de balance preventivo de las 500 pesetas mal adquiridas; era una lista de las compras en que quería invertirlas: Una pequeña caja de imprenta, una máquina fotográfica,; gastos de encuadernación en pergamino; Petzholdt: “Biblioteca Bibliográphica”; Brunet: “Manuel du libraire et de l’amateur de livres”; Krafft-Ebing: “Lehrbuch der Psychiatrie”; Kraepelin: “Psychiatrie”; Schopenhauer: “Le monde comme volonté et comme représentation”.
Se encontraron en su casa cantidad de libros robados de la casa editorial en que había estado antes empleado, del Círculo Filológico, de amigos y conocidos que se los habían dejado en préstamo, libros de las materias más variadas, desde la esgrima a la teología, lo que prueba el eclecticismo del novísmo coleccionista. Por fin, había también cierto ”Manual de Química” de mi propiedad, cuya desaparición noté un día en el colegio. En este libro como en infinidad de otros, se encontró debajo de la marca del ladrón, el exlibris del robado.
¡Infeliz Roberto! Ahora más que nunca me explico el símbolo de tu atrevido exlibris, cuyo lema quitaste a Proudhon (menos mal, en cuanto a esto) y cuyo dibujo, que firmaste Robille, robaste a Roubille.
Más que nunca comprendo como las “Memorias del príncipe de los ladrones” pudieran ayudarte en tu innoble empresa y entiendo maravillosamente el sentido recóndito de tu egoísta lema: ”No presto libros a nadie”. Tú mejor que nadie, podías conocer la verdad del axioma: ”Quien presta libros, pierde libros”, y enseñar a Carlos Lamb que existe otra clase de individuos que piden libros prestados: los que no los devuelven.
Así quedará probado, mal que pese a Desbarreaux-Bernard, que les livres sont desamis qui trompent quel que fois, y que sí puede ser verdad la sentencia: celui-là meurt à bon droit deshonoré qui n’aime pas les livres, no es menos cierto que el amor hacia el libro no salva del deshonor; así se habrá comprobado una vez más la profunda exactitud del aforismo holandés: no todos los que estudian libros aprenden y se podrá añadir a la frase de Geyler, los libros han atontado a unos, alocado a otros, otra oración: y convertido a otros en ladrones.
Quizás esperabas que la retórica de los abogados y peritos defensores consiguiese, sino absolverte, obtener una ligera pena, mientras que te han encerrado, quizá para siempre, oh desgraciado bibliocleptómano, en tétrico manicomio, donde pueden darte, para sosegar tu insaciable obsesión, el cargo de bibliotecario, esta vez sin ningún peligro.
¡Pobre Roberto! Multae te literae ad insaniam convertunt.

Carlos Boselli
Trad. Del original italiano inédito por Víctor Oliva

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Bueno, c’est fini, espero que os haya gustado... tenéis una reproducción facsímil en la Cervantes Virtual (enlace retirado). Si preferís leerlo al completo aquí, ahí van los enlaces de las entregas:

1 comentario

Yavannna -

¡¡¡Pls, plas, plas, plas, plas!!!

Me ha encantado, de verdad que sí :D y la idea de la historia por capítulos es estupenda.

Enhorabuena Iulius!!!!