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bibliotecosas

bibliotecas en la filosofía

una posible signatura de la biblioteca de todos los libros posibles

Casi desde el inicio de nuestra singladura bibliobitacoril, el tema de la Biblioteca de todos los libros posibles nos ha ido acompañando hasta devenir una especie de leit-motiv de Bibliotecosas (os aseguro que sin premeditación). Pues bien y ya que en ello estamos, ¿cómo habrían de ser las signaturas que lucieran en sus lomos los volúmenes de esta biblioteca integral, de la biblioteca que tornaría redundantes a todas sus hermanas?... pues, verbi gratia, bien pudieran ser como la que propone Eco.

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... Por ejemplo, en un ejercicio que hice varias veces para explicar cómo funciona un código de referencia, utilicé uno muy elemental de cuatro posiciones con una clasificación de libros en la cual la primera posición indica la sala, la segunda indica la pared, la tercera indica el anaquel de la pared y la cuarta indica el lugar del libro en el anaquel; de ahí que una referencia como 3-4-8-6 signifique: tercera sala a la entrada, cuarta pared a la izquierda, octavo anaquel, sexto lugar. Luego me di cuenta de que también con un código tan elemental (no es el de Dewey) se pueden hacer juegos interesantes. Se puede escribir, por ejemplo, 3335.33335.33335.33335 y obtendremos la imagen de una biblioteca con un número inmenso de salas: cada una es de forma poligonal parecida a la celdilla de un panal, en la que puede haber por lo tanto 3.000 ó 33.000 paredes, inclusive no regidas por la fuerza de la gravedad, ya que los anaqueles pueden estar ubicados también en las paredes superiores, y estas paredes, que son más de 33.000, son enormes porque pueden dar cabida a 33.000 anaqueles y éstos son larguísimos porque cada uno puede dar cabida a 33.000 o más libros.
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ECO, Umberto. "De biblioteca". Leer y Releer [en línea]. Junio 2004, nº 36. http://biblioteca.udea.edu.co/PDF/publicaciones/leerreleer/leeryreleer36.pdf

no todo iban a ser parabienes...

"En la Antigüedad, los «libros» eran tan costosos que no se podían acumular a menos de ser rey, tirano, o... Aristóteles, el primero en poseer una biblioteca digna de ese nombre.
Un cargo más en el expediente de ese filósofo tan funesto en todos sentidos."


Cioran, E. M. Del inconveniente de haber nacido. En: http://www.letrae.com.ar/FrameArchivos.htm (edición digital descargable en formato pdf)

steiner: los sistemas bibliotecarios como taxonomías filosóficas

"Todas las taxonomías son, en esencia, filosóficas. Cualquier sistema bibliotecario, ya sea por tamaño o el sistema Dewey, representa una visión formalizada de cómo se estructura el mundo, de cuáles son los puntos de vista óptimos entre la mente humana y la totalidad fenomenológica."

STEINER, George. "Después del libro, ¿qué?" En: Sobre la dificultad y otros ensayos. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. 307 p. ISBN: 968-16-6116-8

Foucault en la biblioteca de todos los libros posibles

Recordábamos hace poco a Eco que recordaba a su vez cómo Paul Gudin, prefigurando a Borges en el XVII, calculó el número de libros posibles y el tamaño de la biblioteca que pudiera alojarlos. Si hemos de creer a Foucault, que se retrotrae a los relatos árabes medievales sobre el fin de la antigua Biblioteca de Alejandría, hay una solución más radical, tajante, de lógica inexorable e irreprochable, al dilema del tamaño de la hipotética biblioteca de todos los libros posibles: el procedimiento del tirano...

Hoy el espacio del lenguaje no está definido por la Retórica, sino por la biblioteca[...]
Las bibliotecas son el lugar hechizado de dos dificultades mayores. Los matemáticos y los tiranos, es sabido, las han resuelto (pero tal vez no del todo). Hay un dilema: o todos estos libros están ya en la Palabra, y hay que quemarlos; o le son contrarios, y también hay que quemarlos. La Retórica es el medio de conjurar por un instante el incendio de las bibliotecas (pero prometiéndolo para dentro de poco, es decir, para el fin de los tiempos). Y he aquí la paradoja: si se hace un libro que cuenta todos los demás libros, ¿él mismo es un libro, o no? ¿Debe contarse a sí mismo como si fuera un libro más entre los otros? Y si no se cuenta, ¿qué puede ser entonces, él, que tenía el proyecto de ser un libro, y por qué se omite en su relato, si pretendía hablar de todos los libros?[...]


FOUCAULT, Michel. "El lenguaje al infinito". En: Entre filosofía y literatura. Barcelona: Paidós, 1994. p. 191-192.

La elegante, mal que nos pese, tesis del tirano parece ser: la biblioteca de todos los libros posibles (bajo las condiciones de posibilidad impuestas por el tirano, claro) cabe en el espacio capaz de albergar el Corán...
¿Alguien da más con menos?

Russell, filósofo bibliotecoso: la pesadilla del teólogo

Y seguimos vindicando a Russell como filósofo bibliotecoide de referencia.

No me corresponde el descubrimiento: hay varias direcciones en la web que recogen el relato, pero ninguna que yo sepa relacionada con la cosa bibliotecosa.
El trasunto no es en puridad bibliotecario, se trata más bien de un apólogo filosófico sobre la insignificancia humana a escala universal, o, como le gustaba decir a Borges demostrando familiaridad con Spinoza, sub specie aeternitatis.
Pero no podíamos obviar esta referencia: ¿dónde podemos encontrar si no una organización bibliotecaria a escala CÓSMICA? (ni en los mejores sueños de Otlet), ¿dónde podemos encontrar un bibliotecario globular con mil ojos y una boca, otro que es un dodecaedro, otro un octaedro con un ojo en cada superficie y una boca en una de ellas...?
En fin, sin más dilación, que ahí va con la fuente por delante para que no se me espante:

RUSSELL, Bertrand. Realidad y ficción. Madrid: Aguilar, 1967. 342 p.

LA PESADILLA DEL TEÓLOGO

El eminente teólogo doctor Thaddeus soñó que estaba muerto y se dirigía al cielo. Sus estudios le habían preparado y no tuvo ninguna dificultad para encontrar el camino. Llamó a la puerta del cielo y se encontró con un escrutinio más meticuloso de lo que esperaba.
Solicito la admisión- explicó- porque he sido un hombre de bien y he dedicado mi vida a la Gloria de Dios.
- ¿Hombre?- dijo el portero-. ¿Qué es eso? ¿Y cómo es posible que una criatura tan ridícula como tú haga algo para promover la Gloria de Dios?
El doctor Thaddeus se quedó perplejo. - No es posible que desconozcas al hombre. Debes saber que el hombre es la obra suprema del Creador.
- Lamento herir tus sentimientos- dijo el portero-, pero lo que dices es nuevo para mi. Dudo que nadie de los que estamos aquí haya oído jamás hablar de esa cosa que llamas "hombre". Sin embargo, puesto que pareces afligido, tendrás la oportunidad de consultar a nuestro bibliotecario.
El bibliotecario, un ser globular con mil ojos y una boca, bajó algunos de sus ojos hacia el doctor Thaddeus.
- ¿Qué es esto?- le preguntó al portero.
- Esto dice ser miembro de una especie llamada "hombre" que vive en un lugar de nombre "Tierra". Tiene la curiosa idea de que el Creador se interesa especialmente por ese lugar y esta especie. Pensé que quizá podrías ilustrarle.
- Bueno- dijo amablemente el bibliotecario al teólogo-, tal vez puedas decirme dónde está ese sitio que llamas "Tierra".
- Forma parte del Sistema Solar.
- ¿Y qué es el Sistema Solar?- preguntó el bibliotecario.
- Pues…- replicó el teólogo- mi campo era el conocimiento sagrado y lo que preguntas pertenece al conocimiento profano. No obstante, he aprendido lo suficiente de mis amigos astrónomos para poder decirte que el Sistema Solar forma parte de la Vía Láctea.
- ¿Y qué es la Vía Láctea?- preguntó el bibliotecario.
- Es una de las galaxias, de las que, según me han dicho, existen unos cien millones.
- Bueno, bueno - dijo el bibliotecario-. No esperarás que recuerde una entre un número tan elevado. Pero sí recuerdo haber oído antes la palabra "galaxia". De hecho, creo que uno de nuestros bibliotecarios auxiliares está especializado en galaxias. Llamémosle y veamos si puede ayudarnos.
Poco después se presentó el bibliotecario auxiliar galáctico, que tenía la forma de un dodecaedro. Era evidente que en otro tiempo su superficie había sido brillante, pero el polvo de los estantes le había vuelto mortecino y opaco. El bibliotecario le dijo que el doctor Thaddeus, al esforzarse por explicar su origen, había mencionado las galaxias, y confiaban en que sería posible obtener información al respecto en la sección galáctica de la biblioteca.
- Bueno…- dijo el bibliotecario auxiliar-, supongo que sería posible con el tiempo, pero como hay cien millones de galaxias y a cada una le corresponde un volumen, se tarda un poco en encontrar cualquier volumen determinado. ¿Cuál desea esta extraña molécula?
- Es la galaxia llamada Vía Láctea- dijo titubeante el doctor Thaddeus.
- De acuerdo- concluyó el bibliotecario auxiliar-. Lo encontraré si puedo.
Unas tres semanas después regresó y dijo que el fichero extraordinariamente eficaz de la sección galáctica le había permitido localizar la galaxia como la número QX 321.762.
- Hemos empleado a los cinco mil funcionarios de la sección galáctica en esta investigación. ¿Desea ver al funcionario encargado especialmente de la galaxia en cuestión?
Llamaron al funcionario, que resultó ser un octaedro con un ojo en cada superficie y una boca en una de ellas. Estaba sorprendido y deslumbrado al verse en una región tan brillante, lejos del umbrío limbo de sus estanterías. Se sobrepuso y preguntó con timidez: - ¿Qué desean saber acerca de una galaxia? El doctor Thaddeus se lo explicó:
- Quiero informarme sobre el Sistema Solar, una serie de cuerpos celestes que giran alrededor de una de las estrellas de su galaxia. La estrella en cuestión se llama "Sol".
- Hum- dijo el bibliotecario de la Vía Láctea-. Ha sido bastante difícil encontrar la galaxia precisa, pero encontrar la estrella precisa en la galaxia es mucho más difícil. Sé que hay unos trescientos mil millones de estrellas en la galaxia, pero mis conocimientos no me permiten distinguir una de otra. Creo, sin embargo, que cierta vez la Administración pidió la lista completa de los trescientos mil millones de estrellas y sigue guardada en el sótano. Si cree que merece la pena, emplearé a un grupo especial del Otro Lugar para que busquen esa estrella en particular.
Convinieron que, como la cuestión se había planteado y era evidente que el doctor Thaddeus estaba angustiado, eso sería lo mejor que podían hacer. Varios años después, un tetraedro muy cansado y desalentado se presentó ante el bibliotecario auxiliar galáctico y le dijo:
- Por fin he localizado esa estrella particular sobre la que se han pedido informes, pero no entiendo por qué ha despertado el menor interés. Tiene un gran parecido con muchas otras estrellas de la misma galaxia. Es de tamaño y temperatura medios y está rodeada por otros cuerpos mucho más pequeños llamados "planetas". Tras una minuciosa investigación, he descubierto que por lo menos algunos de esos planetas tienen parásitos, y creo que esta cosa que ha solicitado los informes debe ser uno de ellos.
Al llegar a este punto, el doctor Thaddeus rompió en un apasionado e indignado lamento: - ¿Por qué, decidme, por qué el Creador nos ocultó a los pobres habitantes de la Tierra que no fuimos nosotros quienes le incitaron a crear los Cielos? Durante mi larga vida le he servido con diligencia, creyendo que se fijaría en mis servicios y me recompensaría con la dicha eternal. Y ahora parece que ni siquiera tenía conocimiento de mi existencia. Me decís que soy un animalículo infinitesimal en un pequeño cuerpo que gira alrededor de un miembro insignificante de un grupo formado por trescientos mil millones de estrellas, que solo es uno entre muchos millones de tales grupos. No puedo soportarlo y ya no me es posible adorar a mi Creador.
- Muy bien- dijo el portero-. Entonces puedes ir al Otro Lugar.
En aquel momento se despertó el teólogo.
- El poder de Satán sobre nuestra imaginación durante el sueño es aterrador- musitó.

La biblioteca de todos los libros posibles... ...mmm... ...pues va a haber que trasladarla a otro planeta

La biblioteca de todos los libros posibles... ...mmm... ...pues va a haber que trasladarla a otro planeta (En la imagen, Paul Guldin)
Pues eso nos cabe concluir a la vista de tamaño volumen.
Al parecer, llegó a ser casi un pasatiempo para los filósofos y protosemiólogos del XVII: el cálculo de la superficie necesaria para albergar una biblioteca de todos los libros posibles (previamente habían resuelto el problema del número de libros posibles, que no plausibles, claro). La cita es de Umberto Eco citando a Paul Guldin (en la misma obra se ofrece algún ejemplo más de estos cálculos de biblio-ficción, aún más vertiginoso):

En 1622, Paul Guldin había escrito una obra titulada Problema arithmeticum de rerum combinationibus (cf. Fichant, 1991, pp. 136-138), en la que había calculado todos los términos que se pueden generar con 23 letras, independientemente del hecho de que estuviesen dotados de sentido y fuesen pronunciables, pero sin calcular las repeticiones; el resultado era que el número de palabras (de longitud variable entre dos y veintitrés letras) superaba los setenta mil tallones (para escribirlas se necesitaría más de un cuatrillón de letras). Para podernos hacer una idea de este número imaginemos que todas estas palabras se escriben en libros de actas de mil páginas, de 100 líneas por página y 60 caracteres por línea: se necesitarían 257.000 billones de libros de registro de este formato; si hubiera que colocarlos en una biblioteca, cuya disposición, tamaño y condiciones de circulabilidad estudia Guldin por separado, y se dispusiera de construcciones cúbicas de unos 132 metros de lado, capaz de albergar cada una 32 millones de volúmenes, se necesitarían 8.052.122.350 bibliotecas de estas características. Pero, ¿qué reino podría contener tantos edificios? Calculando la superficie disponible en todo el planeta, ¡sólo podríamos colocar 7.575.213.799!

ECO, Umberto. La búsqueda de la lengua perfecta. Barcelona: Grijalbo, 1998. ISBN 84-7423-652-5

La paradoja del catálogo o del bibliotecario

La paradoja del catálogo o del bibliotecario Debo confesar que la conocí en la versión del barbero, pero al parecer en la formulación original de Bertrand Russell (1872-1970), esta paradoja de gran influencia en el devenir de la Lógica en el siglo XX es conocida como la paradoja del catálogo o del bibliotecario. Su formulación es más o menos la que sigue: supongamos que soy el bibliotecario de una gran biblioteca (mucho suponer, de acuerdo); en esta biblioteca hay una sección de catálogos: algunos de estos catálogos se incluyen a sí mismos y otros no, así que decidimos elaborar un catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos... ¿debemos incluir nuestro catálogo (el que estamos elaborando) o no? Si lo incluimos, el catálogo incluirá una referencia errónea, por incluir un catálogo que sí se incluye a sí mismo (habremos creado una edición fantasma), pero si no lo incluimos, nuestro catálogo estará incompleto, no podrá ser el catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos (falta el nuestro).
¿Alguien da más sobre bibliotecas y filosofía?