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bibliotecosas

entra herman hesse en la biblioteca del paraíso y encuentra a un bibliotecario de lo más guasón...

Aún no se me ha quitado la sonrisa de la boca. No os perdáis el peculiar afán del bibliotecario :O)
Recogido de esta página que asevera compilar poemas de juventud de Herman Hesse.

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ENSUEÑO

Érase un monasterio entre montañas.
Yo estaba allí invitado. Cuando todos
se fueron a rezar sus oraciones,
entré en la biblioteca. Al brillo del ocaso
vi refulgir mil lomos de pergamino ácrono
con inscripciones raras. Mis anhelos de ciencia
me llevaron al lado de los libros;
tomé uno al azar con entusiasmo y leí:
"El último paso para la cuadratura del circulo".
"¡Este libro -pensé al punto- lo he de llevar conmigo!"
Vi luego otro volumen en cuarto, piel y oro,
con el titulo en letra menuda, que decía:
"De cómo Adán comió también fruta de otro árbol"...
¿De otro árbol? ¡De cuál había de ser: del de la Vida!
Luego Adán es inmortal... "Mi estancia aquí -me dije-
no es en vano." Proseguí mi escrutinio
y percibí un infolio, que en lomo, canto y ángulos
ostentaba lucientes los colores del iris.
En él, pintado a mano, un rótulo rezaba:
"Correlación entre el sentido de los colores
y el de los sonidos. Aquí se demuestra
cómo cada tono musical es una réplica
a cada color, a cada refracción de los colores."
¡Oh, cómo coruscaban a mis ojos
los coros de los colores, colmados de promesas!
Me vino un presentimiento, confirmado
a cada nuevo tomo que cogía:
¡era la biblioteca del Paraíso!
Cuantas preguntas y problemas me acosaban
podrían encontrar allí respuesta;
calmaría la sed de saber que me abrasaba;
cualquier hambre seria satisfecha
con aquellas reservas de pan espiritual,
pues siempre que ponía los ojos en un libro
con rápida mirada interrogante,
su tejuelo me daba respuesta promisoria:
para todo apetito
existía allí el fruto que había de saciarlo;
el que, temblando, buscan estudiantes curiosos,
el que llena las ansias del maestro atrevido.
Allí estaba el sentido intimo y puro
de todo saber y ciencia, de toda poesía.
Allí estaba la virtud hechicera,
que sabe el modo exacto de plantear los problemas,
con sus claves y su vocabulario;
sutilísima esencia del espíritu
guardada en esotéricos libros magistrales:
aquel a quien ella concede el favor
de un momento de magia, conviértese en dueño
de las claves que sirven para todo linaje
de cuestiones y de misterios.


Entonces coloqué con mano trémula
sobre el atril uno de aquellos códices
y descifré la magia de su ideografía,
como cuando se intenta comprender en un sueño,
medio jugando, cosas antes nunca aprendidas,
y felizmente se acierta. Pronto yo, alado,
estaba de camino por sidéreos espacios del espíritu:
quedé inserto en el zodíaco, y en éste, ¡oh maravilla!,
todo lo que la intuición de los pueblos -heredera
de milenaria experiencia cósmica- ha percibido
alegóricamente como revelación,
concordaba con perfecta armonía,
y una y otra vez se correspondía
y tornaba a corresponderse en vínculos siempre renovados:
siempre alguna pregunta nueva y trascendental,
recién surgida alzaba el vuelo
hasta los antiguos saberes, símbolos y hallazgos;
así que, leyendo por espacio de minutos o quizá de horas,
rehice el largo camino de la Humanidad,
y dentro de mi alma acogí de consuno
el íntimo sentido de su ciencia más vieja y de su ciencia más nueva.
Leí y vi las figuras ideográficas,
ora apareadas, ora desplegadas,
ya formando corro, ya a la desbandada
o desembocando en nuevas formaciones,
cual imágenes simbólicas de caleidoscopio
incesantemente enriquecidas con nuevas significaciones.
Y como de mirar tan atento sintiese fatiga en los ojos,
hube de alzarlos por darles descanso;
entonces vi que no me hallaba salo:
en el mismo salón, cara a los libros,
se encontraba un anciano, quizá el archivero,
atareado y grave, rodeado de tomos;
¿qué sentido, qué objeto tenían sus afanes?
;En qué consistiría su acucioso trabajo?
Quise saberlo al punto: para mí ciertamente
era de entidad suma saberlo. Le observé:
con delicados dedos seniles requería
un volumen tras otro volumen, y leía
los rótulos obrantes en los lomos; soplaba
con sus pálidos labios sobre el titulo -¡un título
lleno de seducciones, garantía segura
de horas y más horas de exquisita lectura!-;
lo borraba con suaves presiones de su dedo,
y escribía riendo otro título nuevo;
daba unos pasos luego; cogía un nuevo libro
de este o de aquel estante, v asimismo
le cambiaba su título por otro diferente,
y así incansablemente.

Le contemplé, confuso, largo tiempo
con la mente reacia a comprender;
me volví a mi tratado, del que sólo leyera
unos pocos renglones; pero ya no encontré
la procesión de símbolos, portadora de dichas:
aquel mundo de signos, en el que apenas habíame adentrado,
parecía haber huido de mí, haberse disuelto
apenas revelada la rica significación del universo.
Sí; por un instante creí ver todavía
cómo perdía fuerzas, giraba, se nublaba
y se desvanecía sin dejar otro rastro
que los reflejos grises del nudo pergamino.
Sentí una mano que se apoyaba en mi hombro;
volvíme: el solícito anciano se hallaba a mi lado.
Me puse en pie, El, sonriendo, cogió mi libro
(un estremecimiento -helado escalofrío-
se adueñó de mi alma),
y, aplicándole al lomo la esponja de su dedo,
el titulo borróle; incontinenti,
con pluma concienzuda de calígrafo,
en el lugar del viejo escribió un nuevo titulo,
grávido de problemas y promesas
-flamantes, novísimas refracciones
de las más rancios problemas-.
Y luego, silencioso,
partióse con su pluma y con mi libro.


Herman Hesse

2 comentarios

Concha -

Hace mucho que lei una trilogía de Herman Hesse, el lobo estepario, Demián y Shidarta, los recuerdo como libros serios, sesudos, claro que hace muuucho, no recordaba que tuviera un sentido del humor tan especial y me sorprende y agrada también el encontrar aquí un bibliotecario-brujo.
Concha

sosa -

Muy interesante!
Apenas hace poco leì el Lobo estepario y creo que ya soy admirador del señor Hesse, Gracias por acercarnos este bello escrito.