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biblioficciones: la biblioteca del capitán Nemo

biblioficciones: la biblioteca del capitán Nemo Puestos a hacer taxonomía, cabe quizá discriminar dos tipos de “Bibliotecas en la literatura” (o en la filosofía): bibliotecas “reales” que sirven de motivo, lugar o pretexto al texto literario (cf. la Biblioteca Pública de Los Ángeles añorada por Bukowski) y bibliotecas de ficción pura, invenciones dentro de la invención (cf. la Biblioteca de la Universidad Invisible de Ankh-Morpork en las astracanadas de Terry Prattchet): biblioficciones.
Una de las “biblioficciones” más inquietantes que conozco es la biblioteca del Nautilus: una colección cerrada, predeterminada en cuanto a número de volúmenes (12.000), unánimes estos en cuanto a encuadernación... ¿de qué es signo esta biblioteca? ¿de la inquebrantable determinación de su dueño y señor? ¿de sus inflexibles convicciones? ¿de su inexorable desarraigo de misántropo o, por el contrario, de su añoranza de exiliado?
Una biblioteca tan insondable como la personalidad del propio Nemo...

Era la biblioteca. Altos muebles de palisandro negro, con incrustraciones de cobre, soportaban en sus anchos estantes un gran número de libros encuadernados con uniformidad. Las estanterías se adaptaban al contorno de la sala, y terminaban en su parte inferior en unos amplios divanes tapizados con cuero marrón y extraordinariamente cómodos. Unos ligeros pupitres móviles, que podían acercarse o separarse a voluntad, servían de soporte a los libros en curso de lectura o de consulta. En el centro había una gran mesa cubierta de publicaciones, entre las que aparecían algunos periódicos ya viejos. La luz eléctrica que emanaba de cuatro globos deslustrados, semiencajados en las volutas del techo, inundaba tan armonioso conjunto. Yo contemplaba con una real admiración aquella sala tan ingeniosamente amueblada y apenas podía dar crédito a mis ojos.
-Capitán Nemo -dije a mi huésped, que acababa de sentarse en un diván-, he aquí una biblioteca que honraría a más de un palacio de los continentes. Y es una maravilla que esta biblioteca pueda seguirle hasta lo más profundo de los mares.
-¿Dónde podría hallarse mayor soledad, mayor silencio, señor profesor? ¿Puede usted hallar tanta calma en su gabinete de trabajo del museo?
-No, señor, y debo confesar que al lado del suyo es muy pobre. Hay aquí por lo menos seis o siete mil volúmenes, ¿no?
-Doce mil, señor Aronnax. Son los únicos lazos que me ligan a la tierra. Pero el mundo se acabó para mí el día en que mi Nautilus se sumergió por vez primera bajo las aguas. Aquel día compré mis últimos libros y mis últimos periódicos, y desde entonces quiero creer que la humanidad ha cesado de pensar y de escribir. Señor profesor, esos libros están a su disposición y puede utilizarlos con toda libertad.
Di las gracias al capitán Nemo, y me acerqué a los estantes de la biblioteca. Abundaban en ella los libros de ciencia, de moral y de literatura, escritos en numerosos idiomas, pero no vi ni una sola obra de economía política, disciplina que al parecer estaba allí severamente proscrita. Detalle curioso era el hecho de que todos aquellos libros, cualquiera que fuese la lengua en que estaban escritos, se hallaran clasificados indistintamente. Tal mezcla probaba que el capitán del Nautilus debía leer corrientemente los volúmenes que su mano tomaba al azar.
Entre tantos libros, vi las obras maestras de los más grandes escritores antiguos y modernos, es decir, todo lo que la humanidad ha producido de más bello en la historia, la poesía, la novela y la ciencia, desde Homero hasta Victor Hugo desde Jenofonte hasta Michelet, desde Rabelais hasta la señora Sand. Pero los principales fondos de la biblioteca estaban integrados por obras científicas; los libros de mecánica, de balística, de hidrografía, de meteorología, de geografía, de geología, etc., ocupaban en ella un lugar no menos amplio que las obras de Historia Natural, y comprendí que constituían el principal estudio del capitán. Vi allí todas las obras de Humboldt, de Arago, los trabajos de Foucault, de Henri Sainte-Claire Deville, de Chasles, de Milne-Edwards, de Quatrefages, de Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abate Secchi, de Petermann, del comandante Maury, de Agassiz, etc.; las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de diferentes sociedades de Geografía, etcétera. Y también, y en buen lugar, los dos volúmenes que me habían valido probablemente esa acogida, relativamente caritativa, del capitán Nemo. Entre las obras que allí vi de Joseph Bertrand, la titulada Los fundadores de la Astronomía me dio incluso una fecha de referencia; como yo sabía que dicha obra databa de 1865, pude inferir que la instalación del Nautilus no se remontaba a una época anterior. Así, pues, la existencia submarina del capitán Nemo no pasaba de tres años como máximo. Tal vez -me dije-; hallara obras más recientes que me permitieran fijar con exactitud la época, pero tenía mucho tiempo ante mí para proceder a tal investigación, y no quise retrasar más nuestro paseo por las maravillas del Nautilus.


(No dispongo ahora mismo de mi ejemplar de Veinte mil leguas de viaje submarino, un volumen de bolsillo de Bruguera al que le llueven las hojitas del uso, para la cita he utilizado la edición digital de librodot.com)

P.S.: alguien se ha dado un "paseo por las maravillas del Nautilus" y le ha sacado una fotito a la biblioteca de marras. Cortesía de librarianschic`s Fotolog :O)

1 comentario

catuxa -

Es dificil comentar tus post, pues habría mucho que decir de cosas tan interesantes como las bibliotecas en la literatura.
Pero hoy, quizás porque el Capitán Nemo y el Nautilius forman parte de memoria lectora desde siempre, he osado a opinar sobre esta mágnifica cta que has sacado de un no menos magnífico libro.

Creo que como en otras muchas ocasiones, el visionario de Julio Verne nos quiso dar una lección en palabras de Nemo "Son los únicos lazos que me ligan a la tierra. Pero el mundo se acabó para mí el día en que mi Nautilus se sumergió por vez primera bajo las aguas. Aquel día compré mis últimos libros y mis últimos periódicos, y desde entonces quiero creer que la humanidad ha cesado de pensar y de escribir"

Y la idea se refuerza cuando detallan que no existía ninguna obra de economía aplicada...

Muy bueno el enlace a los tesoros del Nautilus :)