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...en donde visitamos la biblioteca de Fernando Savater...

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Ya está: sólo soy un lector. Lo demás es miseria o corolario. Y el lugar de un lector, su palacio, su alula y su palestra es la biblioteca. He leído que algunos aprenden grandes cosas sobre el universo y nuestras servidumbres para con él bajando a las cloacas o convocando a los dioses: por mi parte, sólo puedo decir que leí su testimonio junto a muchos otros y eso me basta. Supongo que tendrán razón, lo mismo que yo tengo una para no haberlos imitado. De modo que si me inquieren sobre qué libro o libros me llevaría a una isla desierta no sé cómo contestar porque la única isla desierta que conozco -desierta de adláteres pero abarrotada de íntimos fantasmas- es precisamente la biblioteca en la que moro desde que tengo uso de razón, o lo que es igual: capacidad de leer.

Mi biblioteca ideal se confunde, pues, con mi biblioteca real, convertida por la fatalidad del apasionamiento en el ideal real de mi vida. Y para hablar de mi biblioteca como es debido tengo que empezar por el hecho que más la caracteriza: su desorden. No es un desorden completo, un pleno azar, el caos. Sería una empresa titánica yuxtaponer los libros sin consentir en su vecindad rastros de afinidad o simpatía. Desordenar por completo una biblioteca ha de ser aún más difícil que ordenarla del todo (también desordenar es ordenar al revés, para lo cual hay que conservar un orden intencional en la cabeza y la voluntad de contrariarlo en la práctica; esa coacción favorece mil formas nuevas de orden rebelde que subvierten el desorden establecido: si intentamos corregirlas en un estante provocamos otras nuevas en los demás, etcétera). No, el desorden de mi biblioteca no es perfecto ni buscado, sólo se trata de un orden fracasado al que derrotaron poco a poco la incesante acumulación de novedades y la pereza de su gestor: un desorden como el del universo, para que ustedes me entiendan y que me perdone Borges el guiño a su inolvidable biblioteca de Babel.

Agobiados bajo excrecencias incontrolables y ramificaciones caprichosas quedan aún vestigios del orden primigenio, algo así como núcleos de emoción que estructuran vagamente el conjunto informe, orientando un poco las pesquisas de mi desmemoria aunque de modo reiteradamente falible. Supongo que puedo considerar como los libros más importantes para mí aquellos cuoya ubicación no he perdido del todo, los que estoy aún seguro (¿seguro?) de que podría encontrar si quisiera, en torno a los cuales por vago parentesco va cristalizando el resto más y más indómito de la biblioteca. [...]

Fernando Savater

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SAVATER, Fernando. Loor al leer. Madrid: Aguilar, 1998. ISBN: 84-03-59605-7. 234 p. (pero diminutas, ojo, que es un crisolín) ;O)

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