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bibliotecosas

bibliotecas en la literatura

Un verso de Ginsberg

[...]
America why are your libraries full of tears?
[...]

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Allen Ginsberg (1926-1997)

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Vía Lautreamont

Vida de biblioteca y de tristeza

 

Después de hojear con displicencia

nuevos y numerosos magazines,

algún libro de vieja y docta ciencia

páginas magnas y conceptos ruines,

 

cansado ya de la literatura,

de libros, de periódicos y estantes,

ambiciono la mágica aventura

que en el sendero aguarda a los errantes.

 

Vida de biblioteca y de tristeza,

de ensueños vanos, de esa gran pereza,

gris pajarraco de mirar sombrío,

 

no eres digna de mí, pues mi alma encierra

fuertes anhelos de cruzar la tierra,

y nostalgias insomnes del vacío.

 

Ernesto Albertos Tenorio

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Donne y la escatología bibliotecaria

John Donne (1572-1631), poeta, prosista y clérigo inglés, es un clásico de la literatura anglosajona bastante mal conocido por aquí. Sin embargo, es probable que muchos de nosotros pudiéramos citar unas líneas, o al menos una frase, de Donne (es más de lo que podríamos citar de tantos otros clásicos canónicos). Se debe al hecho de que Ernest Hemingway sonsacara un párrafo de las Devociones de Donne para encabezar una novela de singular fortuna cuya acción se enmarca en la guerra civil española, y, aún más, extrajera una frase de ese párrafo para darle título: Por quién doblan las campanas (y a la circunstancia de que la novela conociera una apreciable versión cinematográfica). La cita viene a ser más o menos de este tenor:

"Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo. Cada hombre es un fragmento del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, tanto si fuera un promontorio, como si fuera la casa de uno de tus amigos o la tuya propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy unido a toda la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti."

Seguro que muchos la recordabais casi literalmente. Es una reflexión tan noble y expresada en una forma tan hermosa que se hace difícil de olvidar.

Si retrocedemos un par de párrafos en esa misma meditación de Donne, nos encontramos con este otro símil, no menos digno y hermoso y que nos compete mucho más:

..."all mankind is of one author and is one volume; when one man dies, one chapter is not torn out of the book, but translated into a better language; and every chapter must be so translated. God employs several translators; some pieces are translated by age, some by sickness, some by war, some by justice; but God's hand is in every translation, and his hand shall bind up all our scattered leaves again for that library where every book shall lie open to one another."


Que viene a ser algo parecido a esto:

..."toda la humanidad es un único libro de un sólo autor; cuando un hombre muere, no se arranca un capítulo del libro, sino que se traduce a un lenguaje mejor; y todos los capítulos deberán ser traducidos de este modo. Dios emplea varios traductores; unos fragmentos son traducidos por los años, otros por la enfermedad, otros por la guerra, otros por la justicia, pero la mano de Dios está presente en todas las traducciones, y su mano volverá a encuadernar nuestras hojas esparcidas para esa biblioteca en la que todos los libros estarán abiertos los unos para los otros."

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P.S.: cada vez me cuesta más vencer la pereza para actualizar Bibliotecosas... esto no pinta nada bien :O(

en mi pobre vida paria una buena biblioteca

Nairobi, 1976. A ritmo de tango, el cronopio universal añoraba en este poema la pequeña biblioteca de su piso del Barrio Rawson. Más detalles, foto de la biblioteca incluida, en esta web.

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RECHIFLAO EN MI TRISTEZA

Te evoco y veo que has sido
en mi pobre vida paria
una buena biblioteca.

Te quedaste allá,
en Villa del Parque,
Con Thomas Mann y Roberto Arlt y Dickson Carr,
con casi todas las novelas de Colette,
Rosamond Lehmann, Charles Morgan, Nigel Balchin,
Elías Castelnuovo y la edición
tan perfumada del pequeño
amarillo Larousse Ilustrado,
donde por suerte todavía
no había entrado mi nombre.

También se me quedó un tintero
con un busto de Cómodo,
emperador romano
cuya influencia en las letras
nunca me pareció excesiva.

Julio Cortázar, Nairobi 1976

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llorar por lo que sucedió hace miles de años

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[...] era inevitable que acabara oyendo o leyendo sobre los tres incendios de la biblioteca de Alejandría; dos accidentales, y el otro intencionado. Tenía nueve años cuando me enteré y me eché a llorar. [...]

Bradbury hablando de su inspiración para escribir Fahrenheit 451. Vía Maelmori

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La biblioteca de César Simón

LA BIBLIOTECA

Esta es la vieja biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a parar a este bajo techado de la cámara
-y el escritorio donde se firmaron sentencias de muerte-.
Existen tratados de metafísica,
cartularios, manuales de agricultura, poesías completas,
odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
Los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha;
saco de alguno de ellos recetas de un médico,
tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
Vigilo la parada del agua.
Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el rellano. Olvidaba la llave,
la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
los más gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente los he contemplado, los blandos, los más blandos.
Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y otra, como medidas de áridos.
A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
Los Nueve años de vida errante, de Cabeza de Vaca,
el Fuero Juzgo.
Y los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha.

César Simón

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SIMÓN, César. Una noche en vela: antología poética. Sevilla: Renacimiento, 2006. ISBN: 84-8472-193-0. 174 p.

a las bibliotecas proletarias

En un par de días se cumplirá el LXXV aniversario de la proclamación de la II República Española. Uno contempla la Segunda República como la última utopía europea, el sueño social y algo ilustrado de quienes creyeron posible mejorar su país lanzando un pequeño ejército de maestros armados con bibliotecas humildes a cargo de improvisados bibliotecarios... Sirva de homenaje este Himno de las bibliotecas proletarias, una soflama de Alberti con la que acerté a tropezar en uno de los dioramas de la exposición de la BNE Biblioteca en guerra.

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HIMNO DE LAS BIBLIOTECAS PROLETARIAS

A luchar sin descansar,
trabajadores
¡Sí!
Que de la tierra y del mar
seremos vencedores.

A estudiar para luchar,
trabajadores.
¡Sí!
Que ni en la tierra ni en el mar
quedarán explotadores.

Y en el viento se sentirá latir
la bandera de la Revolución
¡Compañeros, uníos y seguid
la luz de los vencedores!

Y en el viento nuestra marcha abrirá
los caminos que van al porvenir
¡Proletarios, en pie para luchar
contra los explotadores!

A luchar sin descansar,
trabajadores
¡Sí!
Que de la tierra y del mar
seremos vencedores.

¡A estudiar para luchar,
trabajadores!

Acampemos bajo el sol
de las praderas
¡Sí!
Bajo la sombra y el temblor
de los montes y riberas.

Y a estudiar para saber
qué son los rios
¡Sí!
Qué son las nubes y el llover,
la luz, el aire y los fríos.

De los libros recoged y arrancad
letra a letra lo que nos lleve
al fin
¡Camaradas, llegó la pleamar
para la cultura obrera!

¡Todo es nuestro, las artes,
la razón de la ciencia,
la Historia Natural.

¡Proletarios, repetid la canción
de la primavera obrera!

Acampemos bajo el sol
de las praderas
¡Sí!
Bajo la sombra y el temblor
de los montes y riberas.

!Acampemos bajo el sol de las praderas!

Rafael Alberti

Este bibliotecario de la figura enteca...

Este bibliotecario de la figura enteca,
de ojos adormilados y ridícula facha,
que con lecturas clásicas su cacumen empacha,
solemne y taciturno vive en la biblioteca.

Su faz descolorida parece una hoja seca,
que sólo se enrojece en cuanto se emborracha,
y andando entre los libros como una cucaracha,
se ha quedado ya el pobre con la cabeza hueca.

Marcha por las aceras con andares pausados,
saludando a las gentes con gestos estudiados,
que son un fiel trasunto de su pedantería,

y a veces, ante un grupo sentado en una banca,
en actitud de dómine, de improviso se arranca
con una perorata sobre filosofía.

Ernesto Albertos Tenorio

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Lo he capturado aquí (ojo, PDF) y me parece formidable :O)... Por lo visto el poeta (ignoro si de figura enteca) fue yucateca yucateco (me lo "apostilla" Magda :O)) y director de biblioteca, que ya son tecas ;O). Si alguno de los amigos mexicanos que paran por estos lares pudiera conseguirme un ejemplar de la obra cuyo asiento recojo debajo (en edición cualesquier), le quedaría sumamente agradecido :O)

ALBERTOS TENORIO, Ernesto. Cisnes negros, 1918-1949. Mérida, Yuc.: Edit. Club del Libro, 1949

Vivían y me hablaban o Los bibliotecarios como seres humanos

"Estoy sentado en una pequeña habitación, una de cuyas paredes está totalmente cubierta de libros. Es la primera vez que tengo el placer de trabajar con algo que parezca una colección de libros. Puede que en total no sean más de quinientos, pero en su mayor parte representan mis propias preferencias. Es la primera vez, desde que iniciara mi carrera como escritor, que me hallo rodeado por un buen número de los libros que siempre ansiaba poseer. Sin embargo, considero que el hecho de que en el pasado haya realizado la mayor parte de mi tarea sin ayuda de una biblioteca fue más una ventaja que una desventaja.

Una de las primeras cosas que asocio con la lectura de los libros es la lucha que he debido librar para obtenerlos. No poseerlos, advierto al lector, sino tenerlos a mi alcance. Desde el momento en que esta pasión hizo presa en mi ser, no encontré otra cosa que obstáculos. Los libros que buscaba en la biblioteca pública siempre estaban cedidos, y, por supuesto, jamás tuve el dinero necesario para comprarlos. Obtener permiso de la biblioteca de mi barrio —tenía en esa época de dieciocho a diecinueve años de edad— para que me entregaran una obra tan “desmoralizadora” como The Confession of a Fool (La Confesión de un loco), de Strindberg, fue sencillamente imposible. En esa época los libros prohibidos para la gente joven eran decorados con estrellas —una, dos o tres— según el grado de inmoralidad que se les atribuía. Sospecho que todavía sigue este procedimiento. Ojalá sea así, porque no conozco nada mejor calculado para satisfacer el propio apetito que esta estúpida clasificación y prohibición."

[...]

Henry Miller (1950)

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Lo que precede son los jugosos párrafos iniciales del primer capítulo de la obra referenciada más abajo... El capítulo luce un título muy bien traído: Vivían y me hablaban.

A la fuente, que es lo pertinente :O)

MILLER, Henry. Los libros en mi vida. Madrid: Mondadori, 1988. ISBN: 84-397-1468-8

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P.S.: huys, me dejaba sin citar la dedicatoria de Miller:

A LAWRENCE CLARK POWELL
Bibliotecario de la Universidad de California
en Los Ángeles

Sin desperdicio la confesión del autor en el prefacio: "...le debo mi actual habilidad para contemplar a los bibliotecarios como seres humanos." :OD

...queremos destruir las bibliotecas...

“Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitaria."
Parece una boutade o un tagline, pero se trata del décimo “mandamiento” propugnado por Marinetti en el Primer manifiesto futurista (1909).

En fin, sabíamos ya que a los simbolistas los teníamos en contra... va a ser que los futuristas tampoco nos tienen querencia :O(
En general, me temo que para las vanguardias históricas, la identificación biblioteca / tradición / cementerio es un lugar común... Hay también corrientes filosóficas contemporáneas que contemplan las bibliotecas, archivos y documentos con cierta suspicacia (podríamos hablar de La arqueología del saber de Foucault o del Mal de archivo de Derrida...); por cierto, hace centurias que no posteo nada en Bibliotecas en la filosofía... muy mal, muy mal, muy mal: cerapio en conducta para el que suscribe ;O)

...a los libros de la biblioteca de Mantero...

Del mismo tenor que el de Martínez Sarrión (¿habremos descubierto un locus poeticus?) y, en mi opinión, igualmente precioso:

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A LOS LIBROS DE MI BIBLIOTECA

Sat mea sat magna est, si tres sint pompa libelli
quos ego Persephonae maxima dona feram
Propercio

Cuando muera, llevaros no podré
conmigo. Aunque en vosotros
aprendí tantas cosas,
jamás que a nadie permitieran
tener sus libros en el paraíso.
Pero yo, sin la fiesta
de nuestro asiduo diálogo de amor,
¿cómo podría ser yo mismo?
El paraíso, sin vosotros,
estará mutilado.

Y vosotros sin mí,
¿qué haréis sin mí, hijos míos?
¿Qué extrañas manos abrirán la luz
de vuestras páginas? ¿En qué
salones de irrisión acabaréis,
en qué antros callejeros
de mercader os brindará al tacaño?
Dispersa ya vuestra hermandad,
sollozaréis de soledad y frío.

Conmigo os llevaré.
Ya encontraré algún modo.
Por dejaros en la otra orilla
¿cobrará muchos óbolos Caronte?

Manuel Mantero

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MANTERO, Manuel. Equipaje: (2002-2004). Madrid: RD Editores, 2005. 220 p.

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P.S. (19/11/2005): Habemus locum: indubitable :O)... y de honda raigambre. José Antonio Millán pasó por aquí para apostillarlo. Indispensable la consulta de su anotación del 18 de octubre. ¿No es un lujo cuando alguien al que admiras pasa por tu casa para compartir un pedacillo de su saber? :O)

...de cómo poseer todo el conocimiento...

Vamos con un segundo post dominical, que luego me reconviene Catuxa (y con razón) porque no me prodigo...
Desde el principio de nuestra singladura, el tema de la biblioteca total, perfecta, ideal, se nos ha convertido en una especie de leit motiv, casi un telos... Hemos fatigado (que diría aquél) referencias sobre el tema en la literatura, la filosofía, la ciencia... a lo largo y ancho de la cultura. ¿Cuánto espacio ocuparía esa madre de todas las bibliotecas? ¿cómo se organizaría? ¿qué fondos la compondrían?
Y ahora... ¿precisaría albergar todos los libros posibles, o sólo los existentes? Y aún más: ¿y si bastara con sólo unos cuantos, una combinación equivalente al todo????

Esta última parece ser que tesis que apuntala el relato Lo que dicen los libros de Marcos Giralt Torrente, del que hemos ido entresacando el siguiente diálogo, que tiene lugar en la sala de lectura de una biblioteca de facultad.

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[…]
[…] me había puesto a hojear los libros desplegados en la mesa y que, no tanto porque aún me intrigara su desconcertante variedad como porque representaban un pretexto para llenar el silencio que se avecinaba, le pregunté cuál de ellos estaba leyendo.
[…]
- Supongo que no todos –añadí al ver que se alargaba demasiado en la contestación. Y luego, como matizando una frase que de pronto me sonaba indiscreta-: Supongo que no te interesarán todos por igual.
- ¿Leer? –inquirió al punto-. ¿Es que puedes tú leer todos los libros?
- ¿Todos los libros? […]
- Digo leer todos los libros en un sentido equivalente al que utilizaríamos para referirnos a un coleccionista de sellos –dijo tras unos segundos de espera-, a un coleccionista de sellos británico por ejemplo, que puede tener o anhelar tener, sin que en principio haya nada que se lo impida, un ejemplar de todos los sellos de la Commonwealth.
- Pero sabes bien que eso no es posible […]
- Sí, estoy de acuerdo –contestó él-. Aun así convendrás conmigo en que no deja de ser sino una imposibilidad sólo material. Insalvable quizá, pero material al fin y al cabo […]
[…] Lo mismo cabe decir de los cuadros de un pintor, de todos los cuadros pintados en un siglo y también, ¿por qué no de todos los cuadros que se han pintado en la historia, los que se conservan y no se han quemado o perdido […] Es sólo un problema espacial el que dificultaría reunirlos todos, un problema espacial y la voluntad, claro está, de pintores, coleccionistas y museos. Pero, dime, ¿ocurre igual con los libros?, ¿pueden leerse (no digo tener) todos los libros que se han escrito, todos los libros editados en español desde el siglo XVI?
[…]
No te esfuerces, nadie puede. Aun en el caso de que estuvieran todos a nuestra disposición, la vida es limitada y no tenemos tiempo; ni los mayores eruditos de quienes se dice que lo han leído todo, han tenido tiempo para tal cosa. En cambio –pareció dudar-, sí es posible obtener el conocimiento que nos proporcionaría esa lectura, por algo se dice que somos ángeles caídos. La dificultad no es de capacidad sino de procedimiento para adquirirlo, para recordar ese conocimiento.

[…] gasté una de esas bromas que se gastan cuando se siente la imperiosa necesidad de hablar pero no se sabe qué decir. Algo como que los japoneses no habían inventado todavía la píldora mágica con la que engullir los libros sin que haya que leerlos previamente […]

- La solución es la combinación de unos cuantos elementos. No necesariamente todos –dijo.
- No entiendo
- Ante la imposibilidad de todo –aclaró- la combinación de unos elementos concretos, únicos, debe dar un resultado similar al todo.
[…]
- ¿Quieres decir que piensas en una selección de lecturas, en cuáles son las lecturas apropiadas para llegar a saber acerca de todo?
[…]
- No me has entendido. No me refiero a adquirir el mayor conocimiento posible, sino a todo el conocimiento. No hablo de una simple selección de lectura, sino de los libros que combinados y en un orden determinado permiten alcanzar todo el conocimiento, no el que concierne en exclusiva a un materia o disciplina concreta, sino a todo ¿entiendes?
[…]
Poseo la combinación de los libros que me darán todos los libros. Poseo uno a uno y en su orden los libros que me permitirán alcanzar todo el conocimiento que me proporcionaría leer todos los libros, no sólo los escritos o traducidos en español, sino todos.
[…]

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Bueno, y éste es un buen punto para dejar la trascripción, que no se diga que aquí reventamos nada a nadie. Si el cuerpo os pide más tenéis, como siempre, la referencia aquí mismo:

GIRALT TORRENTE, Marcos. Entiéndame. Barcelona: Anagrama, 1995. 126 p. ISBN: 84-339-0992-4""

...a veces se leen mutuamente...

[...]
El libro me miró fijamente con ojos fríos y anotó algo en una de sus páginas.
-¿Qué vienen a hacer aquí? –preguntó entonces.
-Eso no lo sabemos –intervine yo-. Ni siquiera sabemos dónde estamos.
-¿De verdad? –preguntó el libro-. Entonces se los voy a decir. Se encuentran en el umbral de la biblioteca perfecta.
-¡Pero eso es excelente! –grité-. Desde hace mucho estoy buscando un libro, que...
-Tranquilo –interrumpió el libro-. Aquí hay miles de libros. En realidad están todos los libros que nunca han sido escritos. Hay libros de vidrio, de madera, de plumas y de agua, libros en forma de caballo, de cuerda o de hongo, libros triangulares, piramidales, libros redondos, libros con miles de hojas finas, libros que ni siquiera tienen hojas, libros que contienen todos los principios, los finales o la parte del medio del resto de los libros; en suma, se puede decir que todo lo que se imagina está escrito aquí.
-Suena impresionante –reconoció el poodle-. Entonces la biblioteca debe ser inmensa.
-La biblioteca se compone de salas heptagonales con siete puertas y setenta estanterías, y éstas tienen siete metros de altura y pueden cobijar unos setecientos libros cada una. Una habitación se agrupa con las otras sin ruptura, tal como los panales de miel. En el cielo de cada sala hay una cámara de vigilancia. Los habitantes de la biblioteca son exclusivamente libros. Ninguno tiene un lugar fijo. A veces se encuentran por ahí, otras por aquí.
-¿Y qué hacen los libros todo el día?
-Van de una habitación a la otra, se quedan en una estantería por un tiempo hasa que se aburren y siguen su camino. A veces se leen mutuamente. Pero eso no ocurre muy a menudo. Cada libro piensa de sí mismo que es el mejor. Hay una gran competencia entre ellos. De pronto sucede que se desgarran uno a otro. Pero habitualmente actúan con prudencia, porque saben que los estamos vigilando.
-¿Quién los vigila?
El libro se calló un momento. Después dijo en un murmullo:
-Earl Grey.
-Earl...
-¡Sschhsst! –chilló el libro-. ¡Silencio! Nadie debe pronunciar el nombre de nuestro Maestro, ¡ni siquiera pensarlo! Él es omnipotente, omnisciente y semejante a Dios. Nada le costaría destruirnos.
[...]
De pronto reinó un silencio sepulcral.
-Un día –continuó el libro-aduana-, nadie sabe a qué hora exactamente, el Maestro abrirá la biblioteca para escoger el libro más digno. Cada uno de los libros se esfuerza por ser el más digno, en las palabras, en su tema y en los pensamientos. Es que el Maestro sabe leer nuestros pensamientos, los lee igual que a los libros.
[...]

Gion Mathias Cavelty

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CAVELTY, Gion Mathias. Ad absurdum o Un viaje al laberinto de los libros. Barcelona [etc.]: Andrés Bello, 1999. ISBN: 84-89691-66-5

...de Meléndez Valdés a sus libros...

- ODA XXXIV -

A MIS LIBROS (- 1814)

Fausto consuelo de mi triste vida,
donde contino a sus afanes hallo
blandos alivios, que la calma tornan
plácida al alma,

rico tesoro, deliciosa vena
do puros manan, cual el almo rayo
que Febo lanza esclareciendo el orbe,
santos avisos,

donde Minerva providente cela
sus maravillas, monumento ilustre
del genio excelso que feliz me anima,
libros amados,

do de los siglos la fugaz imagen,
donde, natura, tu opulenta suma,
del seno humano el laberinto ciego,
quieto medito,

nunca dejéis de iluminarme, nunca
en mi cansada soledad de serme
útil empeño, pasatiempo dulce,
séquito grato.

Vuestro comercio al ánimo regala,
vuestra doctrina el corazón eleva,
vuestra dulzura célica el oído
mágica aduerme,

cual reverdece la sonante lluvia
al seco prado y regocija alegre
la árida tierra, que su seno le abre,
madre fecunda.

Por vos escucho en el aonio cisne
la voz ardiente y cólera de Ayace,
los trinos dulces que el amor te dicta,
cándido Teyo.

Por vos admiro de Platón divino
la clara lumbre; y si tu mente alada,
sublime Newton, al Olimpo vuela,
raudo te sigo.

En la tribuna el elocuente labio
del claro Tulio atónito celebro;
con Dido infausta dolorida lloro
sobre la hoguera;

sigo la abeja que libando flores
ronda los valles del ameno Tíbur;
y oigo los ecos repetir tus andias,
dulce Salicio,

viéndome así del universo mundo
noble habitante, en delicioso lazo
con las edades que en hondo abismo
son de la nada.

Nunca preciados, do la suerte, oh libros,
lleve mi vida, cesaréis de serme,
ora me encumbre favorable, y ora
fiera me abata,

bien me revuelva en tráfagos civiles,
bien de los campos a la paz me torne,
siempre maestros de mi vida, siempre
fieles amigos.

Juan Meléndez Valdés (1754-1817)

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Mi ejemplar:
MELÉNDEZ VALDÉS, Juan. Poesías. Madrid: Espasa-Calpe, 1991. ISBN: 84-239-7217-8. 324 p.

...la biblioteca del paciente del doctor inverosímil...

Que aquí somos ramonianos y lo llevamos bien a gala es algo que a nadie se le oculta… La bagatela ("¡Viva la bagatela!", que decía aquél) del día la hemos tomado esta vez de El doctor inverosímil, en ejemplar que referenciamos abajo :O)

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LA BIBLIOTECA

Parecía una araña seca, de esas que cree uno que se van a mover, pero que después se ve que están muertas. Él había tramado toda aquella colección de libros que le envolvían, y, sin embargo, estaba muerto en medio de ellos. A la araña le sirve por último de mortaja su propia tela.
- Doctor, doctor… Yo me siento seco por dentro, completamente seco… No puedo ni tragar un poco de saliva de vez en cuando, esa poca saliva que es como el petróleo de nuestra vida.
- ¿Es que lee usted mucho? ¿Es que se está usted hasta las altas horas de la mañana trabaja que trabaja?
- Le voy a ser a usted franco… No… Estoy aquí siempre, sí, pero descabezo muchos sueños sobre los libros, y, sobre todo, miro sus lomos como el viejo verde que va a ver muslos de bailarinas a los Kursales.
- ¿Qué calefacción tiene usted?
- Calefacción por agua caliente.
- Entonces no es eso… ¿Es usted casado y vive una vida de pequeñas ruindades y mezquindades al lado de su esposa?
- No. Tampoco… Yo no soy más que un viejo lector… He coleccionado mis libros y nada más.
- ¿Y qué otros síntomas siente usted?
- Yo sólo siento que me van enterrando los días, que la tierra y el polvo me envuelven, que la caspa del tiempo cubre mi cabeza y me abruma…
Por las vidrieras herméticas entraba, tiñéndose con los colores de los cristales, una luz viva morada y rubia.
Los estantes de las librerías eran muy hondos y se quedaban con toda la luz, con los ruidos, con las palabras. Era como opaca y sorda la habitación por causa de las grandes librerías.
No sé por qué, mirando las librerías ya tuve la sospecha de que de aquellos recodos oscuros procedía aquella enfermedad que iba desustanciando y arruinando al pobre viejo.
Me acerqué a los estantes y quité un montón de libros de su sitio. Detrás había la espesa pelusa del polvo, esa lana que da como los carneros.
- ¿Pero cuánto tiempo hace que no limpian esta biblioteca?
- Muchos años… Porque no dejo que lo hagan, porque me lo desarreglarían todo.
- Deje que lo desarreglen… Esas apretadas anginas que usted padece, esa sequedad, ese empolvamiento interior en que siente usted que va siendo enterrado, todo eso procede de este polvo sutil que hay detrás de las librerías… El polvo peor del mundo, el más maligno, el más fino, el que sabe colarse mejor en el alma y ahogarla como una polilla, como una carcoma imposible de extirpar.

Ramón Gómez de la Serna. 1921

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Mi ejemplar:
Gómez de la Serna, Ramón. El doctor inverosímil. Barcelona: Destino, 1981. ISBN: 84.233.1110.4. 239 p.

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Más ramonismos en bibliotecosas:

...un libro de Caballero Bonald, por ejemplo...

UN LIBRO, POR EJEMPLO

De parte a parte rotas, como un puente
baldío, hojas
que fueron luz, hoy yacen ciegas,
desprendidas del sueño al que se asían
bajo el ojo feliz que las juntara.

Germen de un día, qué rebelión urgente
volcó en el tiempo, en su precario hondón
de constante ruindad.
Las letras,
las palabras, rangos perecederos,
con su luz momentánea, con sus frágiles nudos,
perdidas ya en un rapto de sospechas,
nada proclaman, ningún deseo fundan,
envolturas de un aire sin su mundo.

El libro aquel reposa en la madera
podrida de los años, convive acaso oscuramente
con el ávido sueño que en su fe se reclina.
Qué movimiento borrascoso
surge implacable desde el semillero
que se aferra a sus bordes, qué trámites de olvido
reducen a indigencia cuanto fue patrimonio
de un combativo pecho que lo irguió con su vida.

Una mano lo toca y se estremece el tiempo.
Se escucha allá en su fondo el vibrante estupor
de las cautivas hojas impregnadas.
(El libro está viviendo en virtud de esa mano.)
Después, palabra tras palabra,
piedra tras piedra, empieza a derrumbarse.
Ya es un eco en lo oscuro: lentas
sombras lo arrasan, ácidos del vacío
lo contagian de cautelosa herrumbre,
de erosión que primero fue entereza.

Un libro es un amor: un sustantivo mundo.
Lo no existente allí se transfigura.
Y al fin de su codicia es sólo amago
de caduca verdad, barrunto de evidencias,
reconstrucción de indicios cercenados.
Sólo se salva aquel que ya nació intangible.

José Manuel Caballero Bonald

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Caballero Bonald, José Manuel. Somos el tiempo que nos queda. Barcelona: Seix Barral, 2004. ISBN: 84-322-0880-9. 540 p.

...la biblioteca particular de Caballero Bonald...

Éste me resulta particularmente hermoso, no sé bien porqué... tiene algo como de belleza decantada, aquilatada... espero que os guste al menos la mitad que a mí :O)

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BIBLIOTECA PARTICULAR

Comparecen los libros en lugares
anómalos, se juntan
con indolente asimetría:
un tropel
de vestigios locuaces,
pendencieros, irresolutos, lerdos.

He pugnado con ellos
durante muchos años: los he visto nacer,
durar, languidecer. Han resistido
intemperies, saqueos, turbamultas.

Algunos llevan dentro
la ponderada prueba de mi envidia,
los más el distintivo
incorregible de la decepción

Mi error fue abrir un día un libro.

(Jack London, The Sea Wolf)

José Manuel Caballero Bonald

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Mi ejemplar:
CABALLERO BONALD, José Manuel. Somos el tiempo que nos queda: obra poética completa. Barcelona: Seix Barral, 2004. ISBN: 84-322-0880-9. 540 p.

fuimos cual polvo de los anaqueles...

Bueno, son endecasílabos, sí, pero es difícil encontrar un soneto más alejandrino :O)

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Nunca preguntes por Alejandría
caravanero perdido en la arena
náufrago mustio de amor y de pena
tórrido el sueño y la noche fría

Lánzate en brazos de antigua teoría
Traza en el suelo las hipotenusas,
y ángulos rectos, placer de las musas,
ebrias de lógica y de geometría

Siempre vivimos para los papeles
fuimos cual polvo de los anaqueles
bibliotecarios de melancolía

Tarde se ha hecho para la frontera
nunca logramos salir hacia fuera
siempre estuvimos en Alejandría

Jesús Mosterín

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Siempre estuvimos en Alejandría. Julia García Maza (ed.). Madrid; Valencia: Asociación de amigos de la Biblioteca de Alejandría; Edicions Alfons el Magnànim, 1997. ISBN: 8479521848.

Rimbaud y el bibliotecario

El bibliotecario del colegio lo ignoraba (sería injusto exigirle tal capacidad de previsión), pero el chaval, prácticamente un niño, que tenía delante era tan precoz como genial; la anécdota, que en cualquier otro caso no hubiera trascendido por su trivialidad, hoy es, para nuestra desventura, historia de la literatura con mayúsculas...

Se trata del bibliotecario del colegio de Rimbaud, displicente y reacio a levantarse de su silla para buscar los libros que le solicitaba Arturito, y la anécdota está en la génesis del poema "Los sentados", escrito en 1871. Afortunadamente el poema se convirtió en una invectiva genérica contra el apoltronamiento (la palabra "bibliotecario" no se menciona, aunque Rimbaud mismo narró la bien conocida anécdota "inaugural"). En cualquier caso, colegas, y hasta que no consigamos aducir testimonios a favor, me temo que a los simbolistas los tenemos en contra :O(

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LOS SENTADOS

Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados
de verde, dedos romos crispados sobre el fémur,
con la mollera llena de rencores difusos
como las floraciones leprosas de los muros;

han injertado gracias a un amor epiléptico
su osamenta esperpéntica al esqueleto negro
de sus sillas; ¡sus pies siguen entrelazados
mañana, tarde y noche, a las patas raquíticas!

Estos viejos perduran trenzados a sus sillas,
al sentir cómo el sol percaliza su piel
o al ver en la ventana cómo se aja la nieve,
temblando como tiemblan doloridos los sapos.

Los Asientos les brindan favores, pues, prensada,
la paja oscura cede a sus flacos riñones
y el alma de los soles pasados arde, presa
de las trenzas de espigas donde el grano cuajaba

Los Sentados, cual músicos, con la boca en sus muslos,
golpean con sus dedos el asiento, rumores
de tambor, del que sacan barcarolas tan tristes
que sus cabezas rolan en vaivenes de amor.

––¡Ah, que no se levanten! Llegaría el naufragio...
Pero se alzan, gruñendo, como gatos heridos,
desplegando despacio, rabiosos, sus omóplatos:
y el pantalón se abomba, vacío, entorno al lomo.

Oyes cómo golpean con sus cabezas calvas
las paredes oscuras, al andar retorcidos,
¡y los botones son, en su traje, pupilas
de fuego que nos hieren, al fondo del pasillo!

Mas tienen una mano invisible que mata:
al volver, su mirada filtra el veneno negro
que llena el ojo agónico del perro apaleado,
y sudas, prisionero de un embudo feroz.

Se sientan, con los puños ahogados en la mugre
de sus mangas, y piensan en quien les hizo andar;
y del alba a la noche, sus amígdalas tiemblan
bajo el mentón, racimos a punto de estallar.

Y cuando el sueño austero abate sus viseras,
sueñan, sobre sus brazos, con sillas fecundadas:
auténticos amores, mínimos, como asientos
bordeando el orgullo de mesas de despacho.

Flores de tinta escupen pólenes como tildes,
acunándolos sobre cálices en cuclillas,
como a ras de unos gladios un vuelo de libélulas
––y su miembro se excita al rozar las espigas.

Arthur Rimbaud

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RIMBAUD, Arthur. Poesías completas. Prado, Javier del, tr. y ed. lit. Madrid: Cátedra, 1996. ISBN: 84-376-1465-1